* melodía del desconcierto

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Novena entrega de la saga del Gringo y la Lucecita, obra en colaboración con el Sr. Blopas, que también pueden encontrar en su blog “Proyecto Anecdotario”. 

La 1ra parte la encuentran acá:  dos guitarras y un cajón peruano.

La 2da parte la encuentran acá:  tinta fiera.

La 3ra parte la encuentran acá:  la última estación.

La 4ta parte la encuentran acá: los piojosos.

La 5ta parte la encuentran acá: la culpa no es del toro.

La 6ta parte la encuentran acá: bajo el agua.

La 7ma parte la encuentran acá: los eslabones.

La 8va parte la encuentran acá: en las vísperas de san la muerte.

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A un costado del escenario improvisado, el Gringo y el Zurdo afinaban las guitarras, con el mismo gesto adusto y desconfiado que se les había instalado en la cara el día en que aceptaron la propuesta de Don Miguel. “A la mala espina se la debe respetar”, decía siempre el Zurdo. El Gringo, cuyas preocupaciones excedían largamente las de su compadre, aceptaba esa sentencia, pero callaba. A veces no hay mucho que hacer contra los deseos del tallador; se aceptan las cartas y se juega con el pico cerrado tratando de evitar el mazo. Cuando los armónicos dieron el visto bueno a la afinación, los músicos respiraron hondo, se acomodaron las pilchas, los pañuelos de rigor, y se dispusieron largar el espectáculo. Desde el centro de la tarima, Pichón repicaba los dedos suavemente sobre el cajón, cortando a gatas la modorra de la concurrencia y concentrando algunas miradas vidriosas fruto de la sobremesa. Como se sabe, en cualquier festejo el hambre es lo primero que se acaba, mientras que la sed es mucho más brava de saciar; la humedad de la pampa reseca el alma y el espíritu, valga la contradicción.

Los primeros acordes se mezclaron con algunos aplausos tímidos y palabras inentendibles a las que el Gringo no prestó atención, pero que Pichón y el Zurdo consideraron de aliento. La “Chacarera de la Redención” rompió el hielo y la quietud reinante. El trío era ciertamente virtuoso. A pesar de lo inestable de la percusión, la energía que contagiaba era capaz de animar un velorio a cajón cerrado. Con el profesionalismo como bandera, el Gringo empujaba sus malos pensamientos e inevitables sospechas hacia el fondo, trataba de mantener la calma y el compás en medio de todo ese revoltijo en el que veía enredarse más y más. Sin embargo, su mirada mañera se le escapaba por todo el lugar en busca de la figura gentil de la Lucecita, que hasta ese momento se destacaba por su ausencia. Las primeras parejas se animaron y le entraron al bailongo sin esperar demasiado. Bien al fondo, donde los copetudos los pusieron por las dudas de que tuvieran olor rancio, el “Esqueleto” Borghesi, Benítez y los demás peones golpeaban la mesa con sus manos renegridas. Y aunque era aún temprano para estar entonado, el tape Ensina se le animó al estribillo con su vozarrón de llano herido. No faltaron las palabras a la memoria del difunto  Juan Gauna y para la viuda que lo lloraba. Curiosamente, nadie recordó al malogrado Lorenzo.

El baile ideado por Don Miguel transcurría sin tropiezos. Su deseo de mostrar que en la estancia nada era tan grave parecía satisfecho. A un costadito de la pista, con sendos vasos de sangría sin tomar, Becerra y Carlini repartían sus sentidos entre el jolgorio y el deber. Tenían orejas de sobra para los corrillos y también para la música, y con los cuatro ojos podían atender no sólo al Gringo y Barzola, sino también, y por qué no, al mujeraje fatal. Del otro lado de la pista, el oscuro capataz aguardaba su momento de pie contra una acacia. Los hombres de la ley parecían esperar ese mismo momento para hacer su jugada. Pero los hechos estaban a punto de desbocarse como bagual asustado. Miradas oblicuas trazaban la pista. Don Miguel observaba al Gringo; el Gringo vigilaba a Carlini y Becerra, y éstos miraban cómo Barzola, haciéndose el desentendido, relojeaba el camino que bordeaba el casco.

Los que no estaban borrachos notaron el gallo del Gringo en el tercer valsecito, justo cuando llegó al lugar, tardía y en soledad, la Lucecita. Todas las miradas recayeron en ella. Traía maquillada en el rostro una inocencia en la que ya nadie creía. En eso, los amigotes de Juan Manuel comenzaron a revolearlo al aire entre vítores y carcajadas mientras Don Miguel aplaudía contento. En ese breve y extraño desorden general, los investigadores reaccionaron con velocidad de culebra. El momento había llegado.

–  Ahora, Topito, ¡vamos! ¡Largue ese vaso, caramba! –  exhortó Becerra excitado, antes de tomar raudamente el camino de salida. Carlini dejó el vaso en una mesa cualquiera y lo siguió.

– ¿Está seguro de que es el momento? –  preguntó.

– ¡Por supuesto! La mejor manera de sorprender en este ajedrez es jugar a las damas, Topito. ¡Sígame! –

– Es usted brillante, comisario. –  dijo maravillado Carlini mientras anotaba la máxima con letra chueca y apresurada en su libreta de apuntes.

Media hora después, Barzola abandonaba la estancia en su rastrojero. Ante una seña inequívoca de la Lucecita, que había visto partir a su padre, el Gringo también supo que había llegado su momento de actuar como solista.

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11 Respuestas a “* melodía del desconcierto

  1. Me gustó mucho la historia. Espero la continuación. La seguí con alguna dificultad en parte por algunas palabras que me resultan desconocidas, son los acentos distintos. Saludos!

    • Hola Cris, gracia spor la atenta (y extensa) lectura. Sabemos que por momentos se torna muy localista, pero es parte del clima que estamos explorando. Espero que las dificultades sean cada vez menos, porque está acercándose el desenlace!! Buena suerte y más que suerte!

  2. Me estoy mordiendo las úgneas de tanto desconcierto. Veo que se avecina el final y que el círculo se va cerrando como culebrilla mal curada.
    Y se me vienen la preguntas: ¿Podrán Becerra y Carlini desenmascarar al taimado asesino? ¿Adónde se dirigirá Barzola en su Rastrojero? ¿Qué hará la Lucecita si el Gringo logra cumplir su encargo? ¿Soltarán su ira contra Don Miguel los peones borrachos? ¿Habrá llegado el momento de que los Goitía abandonen la estancia y el pueblo? ¿El farmacéutico se quedará con los brazos cruzados? ¿Tomará Don Miguel represalias contra la viuda de Gauna, que le está agitando a los piojosos? ¿Habrán hecho asado con Martínez para eliminar posibles pistas? ¿Por qué nunca se nombra a la madre de la Lucecita? Estos autores ladinos ¿se estarán guardando historias para una eventual segunda parte?

    Felicitaciones, ¡esta saga está más buena que puchero con caracú!

    • Camarada Blopas, tantas preguntas dejan a los autores sumidos en la más angustiosa de las dudas. Ni ellos saben todavía cómo se desencadenarán los hechos, y mucho menos si los culpables pagarán sus culpas (valga la tonta redundancia). De todos modos, y para evitarse la molestia de pensar tanto, se ha dejado todo en manos de los investigadores; Becerra y Carlini la conocen lunga y saben muy bien que el hilo se corta por lo más fino, así que hacia allí partieron, hacia la verdad. O algo parecido. El gusto es mío, como siempre, abrazo!

  3. siento que se termina y no quiero que se termine. o quiero más relatos del gringo, o de becerra y carlini, tal vez esto sea el origen de un sherlock holmes pampeano.
    abrazo

    • Ya lo decía Vox Dei en su bonita página: «todo tiene un final, todo termina». Pero a no perder los ánimos, en todo proceso que va llegando a su fin, se encuentra la génesis del que lo reemplazará. Así que a apechugarla y esperar con sendos mates la próxima entrega! Salú!

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