* pequeña estupidez relativa

La distancia entre dos personas, o entre una persona y cualquier otra cosa, no es algo que pueda buscarse o manipularse. Puede haber intentos de achicar o agrandar la brecha, como quien juega con una banda elástica entre los dedos, pero esos intentos forzados, inducidos, son operadores externos que nos imponemos para mantener dentro nuestro la ilusión de que podemos controlar nuestra manera de vincularnos a voluntad. Sin embargo hay cosas que no pueden planearse ni proyectarse – salvo en un campo teórico en el cual sabemos que nos movemos casi a ciegas – y mucho menos proteger de los embates del cambio y la evolución. La distancia es una de esas cosas que percibimos de manera intensa y contundente pero que en el fondo, en la cuenta final, siempre está en manos ajenas. Por eso estar lejos o estar cerca no debería preocuparnos. Somos parte de una marea para nada caprichosa de tiempo y espacio, y lo mejor es relajarse y disfrutar del movimiento, del vaivén, de los diferentes órdenes en los que nos toca estar. Estoy convencido de que esos días que nos llevan y traen de historia en historia siempre son el mismo día, tal vez hoy, y que no lo sepamos no es un castigo de la incertidumbre, sino una bendición que evita que desaparezcamos abajo del agua.